En primer lugar hay que mencionar que la densitometría ósea es un procedimiento simple, rápido y no invasivo, que no requiere anestesia. Asimismo, la cantidad de radiación utilizada es extremadamente pequeña (menos de un décimo de la dosis estándar de rayo X para tórax), y se reconoce como el método disponible más preciso para diagnosticar osteoporosis y posibles riesgos de fracturas.

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Los rayos x, comúnmente llamados radiografías, son exámenes médicos no dolorosos, que ayudan a los médicos a diagnosticar y tratar diversas enfermedades. La radiografía supone la exposición de una parte del cuerpo a una pequeña dosis de radiación ionizante, para producir imágenes del interior del cuerpo. Además, son la forma más frecuente y antigua de producir imágenes clínicas.

Por lo general, la DMO se realiza en las caderas y la zona inferior de la columna vertebral. Los dispositivos portátiles, incluyendo algunos que utilizan ondas de ultrasonido en lugar de rayos x, miden la muñeca, los dedos o el talón y, en determinadas ocasiones, se utilizan con fines de exploración.

La DMO se utiliza generalmente para diagnosticar la osteoporosis, una enfermedad que frecuentemente afecta a las mujeres después de la menopausia, pero que también puede afectar a los hombres. Esta consiste en la pérdida gradual de calcio, provocando que los huesos pierdan grosor, se vuelvan más frágiles y con mayor probabilidad de quebrarse.

De igual manera, la DMO también puede evaluar el riesgo que tiene una persona para desarrollar fracturas. Asimismo, en base a las propuestas desarrolladas por la National Osteoporosis Foundation en 1991, el examen de densidad ósea es altamente recomendado para casos de mujeres pre o post-menopáusicas con factores de riesgo, personas con antecedentes maternales o personales de tabaquismo o fractura de cadera, hombres con enfermedades clínicas asociadas a la pérdida ósea, personas con composición adiposa del cuerpo, presencia de diabetes tipo I, enfermedad renal o antecedentes familiares de osteoporosis. También, en aquellas personas que sufren alteraciones esqueléticas, como osteomelacia, artritis reumatoidea, desmineralización por inmovilizaciones prolongadas y otras situaciones que pueden modificar el metabolismo cálcico.

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