Cansado, desmotivado, desanimado… las cosas ya no son de color de rosa en el trabajo, y nos cuesta sudor y sangre levantarnos por las mañanas. Quizás estemos padeciendo el síndrome del quemado, un mal de agotamiento profesional. ¿Qué se puede hacer para recuperar el tono vital, y las ganas de trabajar?
Un estrés permanente
Las víctimas de esta enfermedad profesional se agotan mentalmente y físicamente, intentando alcanzar uno objetivos irrealizables o unas tareas imposibles de conseguir. El síndrome del quemado (burn-out) puede presentarse de golpe, y sin embargo es un proceso lento, de una tensión acumulada durante meses o años, hasta llegar al agotamiento definitivo.
Un mal de todos
Nadie está inmunizado contra este síndrome laboral. Y además, en épocas de crisis, la presión es mayor, y las exigencias se convierten en agobiantes, con el miedo siempre en el cuerpo a perder el trabajo. Algunos aspectos de la personalidad pueden «predisponer» a sufrir el burn-out: mayor propensión a la ansiedad; una conciencia profesional exagerada; perfeccionismo; deseo de agradar; incapacidad de delegar…
De la fatiga a la indiferencia
Los síntomas del burn-our son variados. El primero y más fácilmente identificable es el de una fatiga continua, acompañada de agotamiento mental, depresión y falta de motivación. No se debe olvidar la baja estima de uno mismo, un sentimiento de incompetencia, e irritabilidad.
Cuidado porque algunas afecciones psicosomáticas pueden aparecer (dolor de cabeza, de espalda…). Si las cosas continúan de esa forma, la depresión no tarda en llegar.
Reconocer los síntomas
¿Cómo saber si estamos momentáneamente cansados, o si sufrimos el síndrome del quemado? Una serie de síntomas pueden darnos algunas pistas de si estamos o no afectados por este mal:
. Cansancio frecuente, y dificultad para levantarse por las mañanas.
. Trabajamos demasiado, mientras el rendimiento va disminuyendo.
. Tenemos la impresión de que los esfuerzos realizados no son reconocidos.
. Tenemos una actitud despreocupada por el trabajo.
. Nos olvidamos de las citas programadas.
. Estamos más irritables.
. Cada vez vemos menos a la familia y a los amigos.
Evidentemente, estos signos no son ni necesarios, ni suficientes para declarar que estamos sufriendo el síndrome del quemado. Las manifestaciones de este desarreglo varían en función de cada persona.
Para salir de esta situación, lo mejor es acudir a un terapeuta. La curación pasa por volver a recuperar la esencia de uno mismo, y valorar las aspiraciones profesionales más profundas, y los límites que se les debe poner.